Nos hemos choleado tanto...

1. Preámbulo 
Cholear a alguien es un acto discriminatorio. TODO ACTO DISCRIMINATORIO Y RACISTA es atroz, insano, estúpido. ¿Por qué nos choleamos(an) tanto?, ¿quién cholea a quién? El antropólogo Roberto de la Puente ha dicho a RPP, consultado a causa de este acto racista: “En nuestro país hay un grupo pequeño de poder económico que mira con desprecio a las grandes mayorías populares y que tiene muy en claro las diferencias raciales”. Cierto, sin embargo no lo es todo. Nos choleamos o nos cholean por varios motivos en realidad: por la apariencia física, por el lugar de origen, por la lengua materna, por el nivel o estatus socioeconómico, por la manera de vestir o los lugares que se frecuenta y etc. Los estereotipos creados sobre supuestas superioridades o inferioridades entre unos y otros han calado en nuestras mentes putrefactas y estrechas.
Cuando ocurrió un acto discriminatorio y racista –hace algunos años– en las salas de Multicines UVK de Larcomar, contra un artesano cusqueño nativo, quien no se expresaba fluidamente en lengua castellana (y no tiene por qué hacerlo) y “para colmo de males” vestía prendas típicas de su localidad, me pregunté indignado: ¿no se puede andar por las calles de nuestras ciudades, luciendo las prendas típicas del Perú nativo?, ¿es tan malo y vergonzoso hablar el quechua, el aimara u otras lenguas nativas en esta gran megabarriada llamada Lima y sus zonas “exclusivas”?, ¿solo sabe hablar el que habla castellano y otras lenguas no amerindias?
Reflexioné sobre la diglosia o bilingüismo subordinado, que es una más de las taras sociales que azotan al país. Pensé entonces: he aquí más del racismo y la discriminación de un compatriota hacia otro compatriota. Y… ¿si hubiese sido mudo? Y… ¿si hubiese sido ciego? Y… ¿si hubiese sido extranjero? Claro, en este último caso ni le hubiesen pedido nada, aunque no supiera ni la jota del castellano; porque estas gentes de mentes retorcidas todavía arrastran el síndrome colonial, aún le rinden vasallaje, pleitesía, casi un culto a todo aquello que viene de afuera; porque lo peruano, lo nativo, lo quechua, lo chicha… para ellos les resulta tan desagradable como la peste o la lepra.
Estas fueron las "lamentables" explicaciones del Administrador del UVK de Larcomar a la prensa: “Es bien tímido, como un provinciano, los que vienen. Primera vez que está acá en el cine, él no se explica bien”. “El chico no sabía ni hablar, no se expresaba muy bien, no se comunicaba bien. Obviamente, hubo un error al no dejarlo pasar, porque no tenía ni una contraseña, entrada”. La Municipalidad de Miraflores sancionó este hecho clausurando el cine por una semana.
Cada día ocurren actos discriminatorios. Cada día nos estamos choleando. Cholea el menos cholo al más cholo, el más blanco al menos blanco, el más indio al menos indio. El citadino al campesino, etc. El caso protagonizado por un adolescente de 13 años, el hijo de Celine Aguirre y Miky Gonzales, contra una pareja de esposos fue uno de los más sonados. Edita Guerrero no pudo descansar en paz al partir de este mundo, porque salió la peor calaña de la sociedad a discrimininarla. La actriz ayacuchana Magaly Solier ha sido víctima de discriminación y racismo en contadas oportunidades y ahora –como si eso no fuese ya lo suficientemente malo– ha sido víctima de acoso sexual, ante la pasiva e indiferente mirada de los pasajeros… nada menos que en un bus del Metropolitano. ¿No hay cámaras en ese bus?, y… ¿qué pasó con su sistema de seguridad? Indignante.
2. Testimonio
Puedo dar testimonio sobre el choleo y la discriminación por experiencia propia. Recuerdo haber sido víctima de ello en más de una ocasión.Alguna vez, mientras era estudiante universitario (hacia el 2003), caminaba por los alrededores de la universidad Federico Villarreal, por el centro de Lima, algo distraído y absorto (como lo he sido siempre), cuando tropecé por accidente con una persona de unos treinta años que llevaba un portafolios bajo el brazo (probablemente era un docente de alguna de las facultades de la universidad, o tal un vez un practicante de Derecho, por su facha; llevaba terno y maletín, además del portafolios). Debido al tropiezo accidental que tuve con él, se le cayó el portafolios y, en consecuencia, las hojas que había dentro de él volaron, literalmente, por todos lados. Inmediatamente, avergonzado por mi descuido y torpeza al andar, me apresuré a disculparme y a ayudarlo a recoger los documentos, pero antes de que pase todo eso, recibí de porrazo el primer insulto racista en toda mi vida: “serrano de mierda, fíjate por dónde caminas”. Mi reacción fue inmediata e indignada: le tiré en el rostro el par de hojas que había cogido y lo llamé “estúpido, ignorante y pobre diablo”, mientras contenía una rabia y unos impulsos muy fuertes de cogerlo a golpes y llenarlo de insultos. El tipo tenía prácticamente el mismo color de piel que yo, el cabello igual de negro y lacio como el mío; sus genes indígenas eran casi iguales a los míos… podría ser mi hermano: ¿qué nos diferenciaba entonces? El saco y la corbata que vestía y, seguramente, el haber nacido en Lima o en alguna parte de la costa peruana. Me mentó a la madre e intentó intimidarme: “No sabes con quién te estás metiendo…”, remató. Yo le respondí: “No sé quién eres y me importa una mierda saberlo, pero sé que eres un pobre imbécil y estúpido: ignorante de m…”, fue lo que le respondí y seguí con mi camino, dejándole herido el ego y las hojas regadas por toda la autopista. Muchos universitarios presenciaron indiferentes esta escena insana.
En otra oportunidad, ya egresado de la universidad, ya docente de reconocida reputación entre mis estudiantes y colegas, ya autor de algún blog, con algunas publicaciones en revistas y libros, me dirigía a mi centro de labores. Había abordado la línea C, hacia Villa El Salvador. El microbús estaba repleto de pasajeros, de modo que intenté abrirme paso para dirigirme hacia la parte posterior. En este intento de pasar hacia atrás, tengo un altercado con uno de los pasajeros: “Oe, causa, me estas punteando; suave pe concha e tu madre”, fue lo que escuché. “Lo siento, flaco, no quise hacer eso -le dije-; pero sería bueno que te pares correctamente”, le dije. Él estaba inclinado y apoyado en uno de los asientos: obviamente, era imposible evitarlo. “Qué ch… tienes serrano de mierda, a mí no me hablas así”, fue lo que me dijo el indignado pasajero. Lo miré serio; por la facha que llevaba: polo blanco, short y sandalias; piel entre trigueña y negra (evidente signo de mestizaje y ascendencia andina-afroperuana); por su acento era evidente que pertenecía al Callo; por el vocabulario vulgar y descuidado supuse que no tenía más educación que una secundaria mal llevada y tal vez inconclusa… ¿qué era?, ¿un vendedor ambulante?, ¿un cobrador de combi?, ¿un pescador?... no tenía ni la menor idea. Yo vestía, en cambio, terno, camisa y corbata realmente pulcros: pero yo era “inferior” a él por ser serrano. No importaba mi educación, mi título profesional ni la maestría ni mis artículos publicados o los libros que podría seguir publicando: era menos él por ser serrano. No quiero decir que soy más por haber estudiado o publicado. Esta vez mi reacción fue menos violenta y más bien irónica: “Ya pues gringo, europeo, tranquilo, ¿te has dado cuenta que tienes piel blanca, ojos verdes y cabello rubio?, ¿eres descendiente de españoles, alemanes, italianos o norteamericanos?, ¿tal vez tu progenitor haya sido un mono blanco y no uno como tú?” Le asteté. No supo qué responderme y antes de darle tiempo, me alejé, un poco herido –lo confieso– hacia la parte posterior.
Pero no hay nada más abominable que la discriminación en el mismo seno familiar (en este caso lo racial ya poco importa). Soy ayacuchano. Viví hasta los 17 años en una comunidad campesina. Allí pude ver que las personas que viven en los pueblos serranos ubicados en las partes más bajas discriminan a quienes viven en las partes más altas, incluso si se trata de parientes cercanos. Llegué a Lima a los 17 años a la casa de mis abuelos paternos, que se habían establecido en los arenales de San Juan de Miraflores hacia 1980, posiblemente huyendo de la pobreza. También he sido en más de una ocasión víctima de esta aberración por parte de ellos, porque yo llegaba recientemente de la sierra y porque mi familia materna –con quien había vivido hasta entonces– vivía en una comunidad de mayor altura que la comunidad de donde procedía mi familia paterna.“Ese indio todavía no ha llegado”, “ese indio se baña dos veces, ni siquiera nuestros hijos lo hacían”… cosas así. Escribo estas cosas como testimonio,sin resentimientos; para que se reflexione sobre ello, pero lo menciono tangencialmente –sin mayores detalles– para evitar futuros resentimientos y linchamientos por parte de los familiares.
Ahora me pregunto… ¿por qué nos choleamos tanto? Intento buscar una respuesta, pero sobre todo una manera de eliminar todo acto discriminatorio y racista de las mentes de aquellas personas discriminadoras incapaces de ver más allá de sus propias limitaciones, prejuicios y estupidez.
3. ¿Qué hacemos con tanto choleo?, ¿cómo lo erradicamos?
La fundación de la República fue una suerte de neocolonialismo en el que los hispanos fueron reemplazados por los criollos: y el sistema hegemónico opresor siguió siendo el mismo, y los subalternos seguían siendo los mismos. No hubo ninguna igualdad, ninguna ciudadanía para los hijos nativos de estas tierras que llamaron Perú.
Nuestras diferencias sociales y culturales son una herencia del pasado hispano. Los orígenes del racismo y el choleo están en el colonialismo: esa herencia repugnante que todavía no henos sabido desechar para hacernos de una identidad propia. Tenemos una clase social minoritaria y hegemónica (económica y culturalmente) estúpida y bruta. A esto, le sumamos el supuesto de que lo costeño es superior a lo serrano-amazónico, lo capitalino a lo provinciano, lo citadino a lo rural y etc. Entonces, el choleo no es solo una cuestión de clases sociales, si no de pertenencia y apertenencia, de espacios geográficos que son espacios simbólicos de hegemonía y poder, de campesinos y citadinos.
El choleo está inserto en nuestra cultura y sociedad. Ha calado hondo en el imaginario de ciertas mentes estúpidas. No solo cholea el blanco-gringo-criollo-costeño-pituco al cholo-mestizo-serrano-indio. No se limita a ciertos espacios sociales de la clase alta sino a los espacios más inimaginables: se cholea en los lugares llamados “exclusivos”, se cholea en las escuelas urbanas o rurales, se cholea en los barrios exclusivos, en los lugares públicos y privados, se cholea en los barrios marginales (pues existe el choleo entre marginales), se cholea en el campo, en la capital y aún en las ciudades pequeñas. El choleo es, en resumidas cuentas, un patrón cultural que nos caracteriza. Es parte de la herencia cultural del colonialismo.
¿Qué hacer para que esta tara social desaparezca de nuestro imaginario? No basta con el discurso. No basta con la pedagogía inactiva e ineficiente a la que estamos acostumbrados y hasta resignados. Es hora de llevar a cabo acciones concretas y experiencias reales. Una manera de enfrentarla, podría surgir desde las aulas. Tal vez sea conveniente crear un curso, programa educativo o taller de Interculturalidad y Antropología, en los que los estudiantes (niños, adolescentes y jóvenes de escuelas, colegios e universidades; centros educativos públicos o privados) de todos los estratos sociales se acerquen desde las primeras experiencias de vida hacia el otro, donde interactúen y reconozcan la cultura otra, la lengua otra; para que se reconozcan y aprendan a valorar a partir de la experiencia propia que sí es posible una convivencia armoniosa, equitativa, justa. Solo así aprenderán a respetar la cultura del otro. Pero esta acción debe surgir como parte de una Reforma Educativa, como una verdadera propuesta de innovación educativa, cuyo objetivo sea la de formar y reformar ciudadanos tolerantes, respetuosos, virtuosos, solidarios: democráticos. Donde lo pituco, lo exclusivo, los niños bien y lo cholo, lo indio, lo negro, lo mestizo, lo serrano desaparezcan como categorías creadas por el imaginario y como signos de diferenciación social y cultural; donde lo subalterno y lo hegemónico encuentren un punto de equidad para lograr una convivencia armoniosa y feliz. Seguramente las “tías pitucas” saltarían y echarían el grito al cielo… porque estoy seguro, no querrían mezclar a sus “niños” con esa gente que tanto desprecian (los cholos, serranos, indios de mierda, etc.). Entonces, también debiera partir desde el seno de la vida familiar, como una voluntad y una necesidad en beneficio de las mayorías: de todos.
Todo en la vida tiene un costo. Toda reforma educativa necesita de un sólido y necesario presupuesto para financiar capacitación de docentes, adiestramiento y reeducación de padres de familia, infraestructura, etc.; sin embargo, existe otro obstáculo aún más grande: nuestros políticos y nuestra clase gobernante: la de ahora y la de siempre. ¿Qué ministro de Educación, qué congresista, qué partido político, qué gobernante de turno o Presidente de la República tiene claro que los ciudadanos necesitamos otro tipo de educación y quién entre todos ellos se interesa realmente por reformar la educación?, ¿qué ministro de Economía?... Porque una reforma educativa, es una cuestión de Estado y se lleva a cabo con una verdadera voluntad política y ciudadana, aparte de la inversión necesaria...
Calma, señores, calma… Nuestros políticos de ahora y de siempre, se pudren en sus propios intereses, se pudren en la corrupción que protegen y en la suya propia; se pudren cuidando los intereses de los poderes económicos… y de la DBA (Derecha Bruta y Achorada) ni qué decir.
Mientras nuestra clase política y gobernante siga siendo la que ha sido hasta ahora (mediocre, individualista, improvisado, oportunista y corrupto), mientras la DBA siga imperando en los intereses de la nación(sin mayores ambiciones para la República que sus propios intereses económicos): esto que escribo es apenas un sueño, una utopía. Tal vez tengamos que esperar otros siglos más.
Termino citando lo siguiente: “El racismo, la homofobia, el machismo, el clasismo son todas caras de la misma moneda. Son síntomas de que seguimos siendo una sociedad desintegrada. Usualmente se dice que el insulto es una “fase superior” en nuestra evolución como especie, porque se verbaliza lo que antes era motivo de violencia física. En el Perú parece ocurrir todo lo contrario, ya que el agravio verbal suele ser, más bien, el preámbulo de la acción violenta. Por ello es menester ponerle coto. No solo debe generarse una sanción moral, sino una contención legal. (Juan Carlos Tafur: Diario 16, 17-02-12).
Te puede INTERESAR, sobre el fenómeno de la choledad, el significado de la palabra cholo y la identidad peruana; también recomiendo, sobre la televisión basura y los medios de comunicación. 

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