De la mano de Dilma Rousseff, el Partido de los Trabajadores (PT) entra en su cuarto período presidencial en Brasil y, con ello, logra demostrar que la izquierda, o las izquierdas, no necesitan tumbar tableros, cambiar leyes o invadir el escenario mediático para ganar unos comicios. Les basta con demostrar que pueden gobernar, sin que el mundo se toque de nervios.
En Uruguay, el 47 % obtenido por Tabaré Vásquez, del Frente Amplio (FA), confirma esa posibilidad: va con pie ganador a la segunda vuelta del 30/11, aunque tendrá que enfrentar a los partidos Nacional y Colorado, que se han unido para atenazarlo. A Rousseff tampoco le fue fácil ganarle al frente ambientalista-socialista-social demócrata con el que competía.
Por entre la performance de estos dos conglomerados y gobiernos ‘progresistas’ asoman un par de cualidades notorias. Una es la posibilidad de mostrar lo hecho, cierta eficacia en la gestión, que nunca será ideal ni exenta de turbulencias, pero que le hace pensar a una masa de votantes que mínimamente ‘otro mundo es posible’. O al menos otro país es deseable.
Los dos frentes no se plantearon alterar el curso de la Historia, pero sí cambiar algunos cursos que se tienen como inevitables. La desigualdad, por ejemplo, un tema que para las derechas varias suele ser esquivo o hasta irrelevante. ¿Cómo podía ganarle Aécio Neves hablando de mercados a un gobierno que sacó de la pobreza a millones de personas?
El otro ingrediente de esta izquierda, digamos, más sustentable es la capacidad de negociar. Entre ellos mismos y desde el Poder. El FA uruguayo es una coalición de varios partidos o grupos, algunos microscópicos, peleados entre sí incluso, pero a la hora de decidir supieron sacar otra vez a Vásquez de candidato, en vez de incinerarse en una pira ideológica.
El PT, por su parte, en esta elección lideró la coalición ‘Con la fuerza del pueblo’, que incluye al Partido de la República (PR) y al Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que no figuran en el santoral izquierdista de América Latina. Este pragmatismo les ha pasado la factura a Lula y sus seguidores, pero no los ha puesto fuera del campo del juego.
Mujica le agregó a esta izquierda un ingrediente si se quiere ‘espiritual’. Demostró humildad, propuso traer niños sirios a Uruguay. Habló de una sociedad “donde lo tuyo y lo mío no nos separen”, en tanto que Rousseff ha hablado de un país “de la solidaridad y las oportunidades”. Lograr eso, nada más, ya implica una revolución de las costumbres.